lunes, 10 de febrero de 2014

Chaparrón

Tablones cubriendo la tierra, esputos de barro sobre la piedra, flemas acuosas en paredes y tejas. Cielo gris como pelo de vieja, ironía de humedad seca, rachas de viento arrollando verjas. 
Todos afuera templando las venas, bailando en el caos con piedras, tensando las cuerdas que aguantan con fuerza: vigas, tablones, ventanas y puertas.

-¡Adelante! ¡Tiren con fuerza! ¡No dejen que ceda!

-¡DeLoyd, maldita sea, no vamos a poder aguantar! ¡Si se mueve más, caerá la viga central y el resto sobre nosotros!

-¡No caerá, el saloon no caerá! ¡Tiren como nunca! ¡Si hay alguien ahí arriba o abajo, ya va siendo hora de que nos eche una mano!

Las maderas crujían en busca de auxilio; el viento azotaba la estructura haciéndola temblar como si no hubiera nada dentro que la sustentara. Los hombres enfrentaban las cuerdas a cada uno de los vientos, buscando afianzar la forma y seccionar la fuerza del empuje.

-¿Pero se puede saber cómo demonios estaba construido? ¡Se está yendo a pique!

-¡Por todos los dioses, aguanten! ¡No son las vigas quienes deciden, sino los brazos y las piernas! ¡Cuando esto siga en pie, será mérito nuestro! ¡Esta vez, habrá victoria en las Termópilas!

El agua describía espirales en alianza con el viento, penetrando en las casas, cayendo de los tejados, encharcando sombreros y chimeneas, estando presente en todos y cada uno de los rincones de aquel infierno. Ellos, hundían bien hondo sus botas en el fango en busca de superficies desde las que poder hacer fuerza y soportaban el mordisco de la soga en los brazos hasta invocar la palidez de la carne. Pero seguían tirando, como si fueran uno. Gentes que habían decidido salir del mundo muerto para hacer algo por y para ellos; olvidar las tramas del tiempo perdido y las acciones creadas para verse en el espejo; conscientes de que el valor de algo no se juzga fijo y estanco, sino que se reconoce cambiante y mejorable.

-¡Muy bien, parece que aguanta! ¡No se relajen! ¡Tabitha y Edgar, los puntales! ¡Esas costillas van a permanecer rectas pase lo que pase!

Las cuerdas cayeron pesadas, con alguna que otra fibra rota, su sombra permanecía, rojiza, en los brazos: grandes, pequeños, potentes y frágiles, que exhaustos recuperaban ánimo y color. Algunos dejaron caer sus cuerpos, otros lucharon contra el ascua pulmonar para recuperar el aliento, mientras el traje blanco permanecía en pie, ante la maltrecha estructura de cartel torcido y los puntales a ambos lados como barco fuera del agua.

-Lo conseguimos...

El viento continuó su camino, marchando hacia el sur, llevándose consigo la bronca tormenta. Y un tímido cielo azul comenzó a reflejarse en los charcos que habían surgido alrededor del saloon.

-Pensé que lo perdía... todo el trabajo... sin apenas haber comenzado...

-Y así habría sido de no ser por ustedes. Debo confesarles que no estaba acostumbrado a concentrarme únicamente en un objetivo; observar una parte del tablero sin estar pendiente de mis propias piezas; y lo encuentro gratificante. Es agradable centrar todo el empeño sin esperar continuamente la traición.

-¡Brindemos por todo eso! -las manos cansadas del conductor se alzaron victoriosas tras encontrar en su carro el caldo ocre y reconfortante-.

-Esto... siento interrumpir la celebración, pero algo está ocurriendo allí.

El contable señalaba con insistencia el gran charco situado junto a la esquina derecha del saloon. Todos observaron, incrédulos, el agua estanca volviendo a la tierra, seguida del fango, dejando un espacio vacío y oscuro. La madera emitió un gemido, como el llanto patético de un moribundo, y los puntales comenzaron a arquearse de forma antinatural, hasta que el crujido, hondo y grave, anunció el desastre que iba a acontecer.

-¡Fuera todo el mundo!

Los troncos quebraron con un violento chasquido, enviando las mitades al cielo con el zumbido grave del peso considerable. Fieles a su huida, los celebrantes apenas tuvieron tiempo de darse la vuelta para ver la parte izquierda del saloon erguirse con honor celestial, segundos antes de que la tierra se abriera y la mitad del constructo quedara sepultado.

Ninguno encontró palabras adecuadas. Boquiabiertos, se limitaron a acercarse, guardando una distancia prudencial, y observar el río salvaje que galopaba bajo sus pies, disparando rocas contra paredes, arrollando tablas y engullendo todo cuanto antes fue estable.

El traje blanco se llevó ambas manos a la cara, respiró hondo y se dirigió al resto.

-Damas y caballeros, parece que Canatia tiene un río.

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